Creo recordar que fue el
prestigioso doctor en Ciencias Económicas y Marketing, Cósimo Chiesa, el que
decía “o cambias o te cambian, estamos viviendo en un mundo de cambio tan
maravilloso como peligroso”. Y es cierto.
Recuerdo la época en la que
comencé a oír el concepto de Calidad, la famosa Q. De repente, sin saber cómo ni por dónde, desembarcó en mi mundo la I+D. Por aquellos años, siendo
mecánico (fresador, tornero...), electrónico e informático, me enfrasqué en el
mundo de la robótica. ¡Qué apasionante y delicioso mundo! Disfruté de lo lindo
sin obtener ni un euro, por entonces pesetas, que las añoro ahora.
Y de sopetón, tras unas
vacaciones de verano, llegó la I+D+i. Ya no sólo bastaba la Investigación y el
Desarrollo, sino que teníamos que convivir con la innovación. La innovación y el Desarrollo
– palabra ésta última muy usada en política especulativa – se alojaron en
nuestra sociedad empresarial avanzada, medios de comunicación y foros.
Convivieron un tiempo con el desarrollo de las TICs. Esta época me recordó, a
una ya pasada, cuando “destripaba” el microprocesador 8080 y 8086 y jugaba con
su código máquina; pronto llegó el “286” y mientras lo destripaba apareció el
“386”, ¡leches…!, aquel libro que me compré venía en inglés, ¡guau!, eso me
gustaba. No había empezado su análisis cuando apareció el “486”. Me
desbordó. Trabajo, microprocesadores, Unix, aquel Microsoft que despuntaba y
novia, pudieron conmigo. Tuve que elegir: ¡Unix! Y me equivoqué en el camino, con los años tuve que pasar aceleradamente a Microsoft. No me daba
cuenta que el mundo avanzaba, y que en vez de tripular varios barcos, debía
abrazar el mástil de aquel que desplegara más velas.
Pronto pasó la época de la I+D+i,
y las empresas y la política adoptaron otra estrategia para avivar los mercados
financieros: las renovables. Las
energías renovables se convirtieron en otro filón, dignas de toda atención e
inversión. Luego, la cosa cambió y de atención e inversión, pasaron a ser
dignas de estudio para sus respectivos impuestos. Y se acabaron las subvenciones
tan golosas de años atrás, y decidimos ponerles impuestos al sol, al viento, y
por qué no al aire. Y hablando de aire, recuerdo aquel motor de aire comprimido
que en vez de petróleo consumía aire – contaminado por cierto y lo convertía en
aire puro, a 0ºC – y sólo consumía 0,5 l de aceite a los 50.000 km. Esto fue
otra historia de la que no se hizo eco la prensa, la política ni la Sociedad.
Al final, creo que la patente se vendió a un grupo indio.
Con la crisis del 2008
aparece la panacea: el emprendedor. Tenemos que emprender, todos debemos ser
emprendedores. ¿Te quedas en paro?, te conviertes en emprendedor. Craso error
de los números sin alma. ¿Todos valemos para ser emprendedores?, ¿todos tenemos
espíritu de emprendedor? Muchas veces faltan conocimientos, procedimientos,
guías, ideas…, pero hay algo fundamental que puede aproximarnos al éxito:
¡sangre!, sangre de emprendedor. Si no crees en tu proyecto, en ti y en tu éxito,
es mejor que pidas ayuda; porque la vas a necesitar. Y es en ese momento cuando
uno se da cuenta que los jóvenes, los menores de 33 años, no emprenden, ¡arriesgan!
Y eso es un torbellino que lo rompe todo y atrae a los inversores.
Aprendí con el coaching a
verlo todo desde distintas perspectivas, a calzarme los zapatos de otro, a
definir mis objetivos, a reconducir el camino y a generar mi plan de acción. Y
después de todo esto, tres consejos: disciplina, disciplina y disciplina.
Fue Pedro Marcos, quien
abrió el tarro de las esencias. Con su “hay te dejo esa” me hizo reflexionar y
encontrarme. Y Javier, mi mentor, el que supo, con delicada paciencia, peraltar
las curvas de un camino sinuoso. Gracias a ellos supe optimizar todo lo
acumulado, hasta el punto de alcanzar mis sueños, de convertir lo imposible en
posible. Es muy fácil: a imposible, le quitas el “im” y te queda POSIBLE.
Así que ¿te adaptas o
abrazas el huracán de los momentos que vivimos? A veces hay que saber elegir
con quién complicarse la vida.