jueves, 11 de junio de 2015

El huracán de los momentos.



Creo recordar que fue el prestigioso doctor en Ciencias Económicas y Marketing, Cósimo Chiesa, el que decía “o cambias o te cambian, estamos viviendo en un mundo de cambio tan maravilloso como peligroso”.  Y es cierto.

Recuerdo la época en la que comencé a oír el concepto de Calidad, la famosa Q. De repente, sin saber cómo ni por dónde, desembarcó en mi  mundo la I+D. Por aquellos años, siendo mecánico (fresador, tornero...), electrónico e informático, me enfrasqué en el mundo de la robótica. ¡Qué apasionante y delicioso mundo! Disfruté de lo lindo sin obtener ni un euro, por entonces pesetas, que las añoro ahora.

Y de sopetón, tras unas vacaciones de verano, llegó la I+D+i. Ya no sólo bastaba la Investigación y el Desarrollo, sino que teníamos que convivir con la innovación. La innovación y el Desarrollo – palabra ésta última muy usada en política especulativa – se alojaron en nuestra sociedad empresarial avanzada, medios de comunicación y foros. Convivieron un tiempo con el desarrollo de las TICs. Esta época me recordó, a una ya pasada, cuando “destripaba” el microprocesador 8080 y 8086 y jugaba con su código máquina; pronto llegó el “286” y mientras lo destripaba apareció el “386”, ¡leches…!, aquel libro que me compré venía en inglés, ¡guau!, eso me gustaba. No había empezado su análisis cuando apareció el “486”. Me desbordó. Trabajo, microprocesadores, Unix, aquel Microsoft que despuntaba y novia, pudieron conmigo. Tuve que elegir: ¡Unix! Y me equivoqué en el camino, con los años tuve que pasar aceleradamente a Microsoft. No me daba cuenta que el mundo avanzaba, y que en vez de tripular varios barcos, debía abrazar el mástil de aquel que desplegara más velas.                          

Pronto pasó la época de la I+D+i, y las empresas y la política adoptaron otra estrategia para avivar los mercados financieros: las renovables. Las energías renovables se convirtieron en otro filón, dignas de toda atención e inversión. Luego, la cosa cambió y de atención e inversión, pasaron a ser dignas de estudio para sus respectivos impuestos. Y se acabaron las subvenciones tan golosas de años atrás, y decidimos ponerles impuestos al sol, al viento, y por qué no al aire. Y hablando de aire, recuerdo aquel motor de aire comprimido que en vez de petróleo consumía aire – contaminado por cierto y lo convertía en aire puro, a 0ºC – y sólo consumía 0,5 l de aceite a los 50.000 km. Esto fue otra historia de la que no se hizo eco la prensa, la política ni la Sociedad. Al final, creo que la patente se vendió a un grupo indio.

Con la crisis del 2008 aparece la panacea: el emprendedor. Tenemos que emprender, todos debemos ser emprendedores. ¿Te quedas en paro?, te conviertes en emprendedor. Craso error de los números sin alma. ¿Todos valemos para ser emprendedores?, ¿todos tenemos espíritu de emprendedor? Muchas veces faltan conocimientos, procedimientos, guías, ideas…, pero hay algo fundamental que puede aproximarnos al éxito: ¡sangre!, sangre de emprendedor. Si no crees en tu proyecto, en ti y en tu éxito, es mejor que pidas ayuda; porque la vas a necesitar. Y es en ese momento cuando uno se da cuenta que los jóvenes, los menores de 33 años, no emprenden, ¡arriesgan! Y eso es un torbellino que lo rompe todo y atrae a los inversores.

Aprendí con el coaching a verlo todo desde distintas perspectivas, a calzarme los zapatos de otro, a definir mis objetivos, a reconducir el camino y a generar mi plan de acción. Y después de todo esto, tres consejos: disciplina, disciplina y disciplina.
Fue Pedro Marcos, quien abrió el tarro de las esencias. Con su “hay te dejo esa” me hizo reflexionar y encontrarme. Y Javier, mi mentor, el que supo, con delicada paciencia, peraltar las curvas de un camino sinuoso. Gracias a ellos supe optimizar todo lo acumulado, hasta el punto de alcanzar mis sueños, de convertir lo imposible en posible. Es muy fácil: a imposible, le quitas el “im” y te queda POSIBLE.

Así que ¿te adaptas o abrazas el huracán de los momentos que vivimos? A veces hay que saber elegir con quién complicarse la vida.